La felicidad de Belén

La felicidad de Belén

En este día de Navidad en el que vemos la felicidad de Belén, recibimos el anuncio del nacimiento de Cristo, y como consecuencia de él, surgen en nosotros una alegría y un compromiso.

Evangelio del Día de Navidad 2024 (C)

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Jn 1, 1-18

El anuncio del nacimiento de Cristo 

Este es el anuncio de la Navidad: que Dios ha llegado a nosotros para rescatarnos. Que Él ha tomado nuestra carne humana, que se ha hecho semejante en todo a nosotros menos en el pecado. 

El misterio de la encarnación es el admirable intercambio por el que Él -siendo Dios- se ha hecho hombre, para que nosotros -siendo hombres- seamos constituidos en hijos de Dios. Esta idea del intercambio aparece continuamente en la predicación de los padres de la iglesia, y en la liturgia que nos va a acompañar durante toda la octava de la Navidad, particularmente en el prefacio tercero de este tiempo. 

La alegría de saber que Cristo es nuestro salvador 

Este gran anuncio consiste en que Cristo ha hecho desaparecer la distancia infinita entre Dios y el hombre, creando en nosotros una conciencia de alegría, plenitud y felicidad. 

Como Juan el Bautista, nosotros preguntamos hoy a Jesús: “¿Eres tú el que había de venir, o hemos de esperar a otro?”1. ¿Eres tú el que esperamos para ser felices? ¿o hemos de esperar la felicidad de otro o de las cosas de este mundo? Y comúnmente nos preguntamos también qué tendría que ocurrir para que pueda alcanzar la salud, o el trabajo que no tengo, o qué sé yo. Muchas veces pensamos así. 

Y Jesús nos responde. No tienes que esperar a otro. Solo en mí puedes encontrar la plenitud, la felicidad, en definitiva, la santidad, porque santidad y felicidad son dos caras de la misma moneda. Por tanto, nuestra plenitud está en Jesús, y es una pena que desconozcamos esto, y es terrible que tengamos a Jesús con nosotros y no lo disfrutemos. 

El compromiso de ser santos 

Pero ese anuncio no solo nos lleva a conocer que Cristo es nuestro salvador, sino que también nos lleva a comprometernos en una transformación, la de nuestro corazón. Es el espíritu de conversión con el que hemos de vivir siempre. Porque este anuncio no es solo una teoría, sino que ha de producir en nosotros la encarnación del hombre nuevo. 

Los rencores han de disiparse y el egoísmo ha de desaparecer. Hemos de ir olvidándonos de nosotros mismos, es decir, no ser de nosotros mismos, sino ser de Dios y ser para los demás. 

El anuncio del nacimiento de Cristo nos lleva a conocer dónde está nuestra verdadera alegría y a entregarnos de lleno en la batalla por la santidad. 

La felicidad de Belén 

Quisiera terminar con unas palabras sobre la felicidad de Belén, la alegría de María y José, que es la alegría de Dios Padre. 

Los humanos nos felicitamos habitualmente cuando todo va bien. Pero el sentido de la felicitación de la Navidad ha tenido siempre otro sentido en la tradición cristiana. Los cristianos hemos aprendido de Jesucristo que la felicidad no es sinónimo de triunfo, ni tan siquiera, ausencia de sufrimiento. 

Frente a quienes piensan que la felicidad solo será posible cuando el sufrimiento haya desaparecido, el evangelio nos enseña que cruz y gloria van siempre de la mano y están íntimamente unidos en el misterio de la redención. 

De hecho, el misterio de la Natividad de Jesús participa plenamente del misterio de la cruz. Por ejemplo, los fines del edicto del emperador para expoliar más al pueblo de Israel, o la humillación de no encontrar posada, el pesebre por cuna, la huida a Egipto. Pero a pesar de todo, el cielo estaba de fiesta y “una multitud del ejército celestial se felicitaba alabando a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres”2

Y es que para entender la felicidad de Belén hay que verla con la mirada de Dios, desde el despojamiento, el abajamiento, como dice San Pablo, “El cual -Jesucristo- siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que, al contrario, se despojó de su rango, tomando la condición de esclavo”3

Así lo manifiesta alguno de los himnos litúrgicos propios de la Navidad: 

“Ver llorar a la alegría. 
Ver tan pobre a la riqueza. 
Ver tan baja a la grandeza. 
y ver que Dios lo quería”. 

Por tanto, la navidad es una invitación a que descubramos que la verdadera felicidad es siempre fruto de la pobreza de espíritu, que es la expresión más próxima al abajamiento de Dios, a la Navidad tal y como Él la ve. 

Como cristianos estamos todos invitados a vivir esa pobreza de espíritu, verdadera fórmula para alcanzar la felicidad. El secreto de esa felicidad está en desear solo al Todo y todo lo demás en la medida en que nos acerca a Él. Como nos dice el Salmo 130: 

Señor, mi corazón no es ambicioso, 
  ni mis ojos altaneros; 

No pretendo grandezas 
  que superan mi capacidad; 
  sino que acallo y modero mis deseos, 
  como un niño en brazos de su madre. 

Espere Israel en el Señor, 
  ahora y por siempre.

Feliz Navidad a todos.

25 de diciembre de 2024.

  1. cf. Lc 7, 18-22 ↩︎
  2. Lc 2, 13-14 ↩︎
  3. Flp 2, 6-7 ↩︎